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CONVERSAMOS CON ADRIANA BAUAB

By 12 diciembre, 2022No Comments

Médica piscoanalista. Vicepresidenta de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Directora del Posgrado de Psicoanálisis del Centro de Salud Mental Ameghino, donde también ejerce la docencia. Autora de los libros “Los tiempos del duelo”, “De la angustia al deseo” y” El psicoanálisis en la escena contemporánea”. Escribe en la revista Lapsus Calami y en publicaciones psicoanalíticas nacionales y extranjeras. Docente de posgrado en ALEF.

Vos viviste varios años en Río de Janeiro y también en Washington, ¿hay algo que podamos aprender de las prácticas de estos lugares en tanto analistas, y por qué no, en tanto personas?
Esta pregunta es tan amplia que daría para escribir varias páginas. Trataré de referirme a lo que nos interesa que hace a nuestro hacer psicoanalítico. Tres ciudades –Río de Janeiro , Washington , Buenos Aires–, y tres modos de concebir la subjetividad. También tres modos de ingreso del psicoanálisis a esas grandes metrópolis.
Respecto de Río de Janeiro, viví allí al comienzo de la década del 80. Las características de Brasil en otras disciplinas, –me refiero al sincretismo– también afectaron al psicoanálisis, que se infiltraba en disciplinas como la antropología y la filosofía. Es decir, con esa propiedad de lo brasilero de incorporar, meter en su cuerpo lo que le llega, y que al decir del poeta Oswald de Andrade comprende una antropofagia. Tal como bautizó con el nombre Abaporu, del tupí guaraní- hombre que come- , a una obra emblemática de la artista Tersila do Amaral. De ser colonizados, en lugar de reaccionar con rechazo xenófobo, pasan a obtener de allí algo propio que los nutre, que los enriquece y salen con eso reinventado a la conquista de otros territorios. Así sucede con su música, con la religión, con el arte y también con el acervo cultural en el que el psicoanálisis penetró. El psicoanálisis desplegó una red de espacios de formación muy prolíferos en Brasil, llegando sus influencias a imprimirse de un modo importante no sólo en la clínica sino también en la educación, y en otros ámbitos comunitarios.
Cuando viví en Washington – a mediados de los 80– la Asociación Psicoanalítica reunía a un grupo de analistas tributarios de Freud, tomados por las influencias especialmente de M. Klein y Ana Freud que llegaban de Londres y también nutridos por los psicoanalistas que habían emigrado durante la 2da guerra mundial a los Estados Unidos. Los tratamientos eran de una estricta ortodoxia y dirigidos a una reducida elite social. De Lacan apenas estaban traducidos un par de seminarios como el de los Cuatro conceptos fundamentales y se leían en reuniones de grupos autogestivos. Sus enseñanzas no habían tallado aún la práctica. No había experiencia clínica de lo revolucionario de su método que retornaba a textos de Freud que se habían dejado de leer, de los aportes de su lógica, de lo subversivo del criterio del tiempo de sesión y del valor de la escansión. Si bien había terapias de corte analítico, la dirección del tratamiento focalizaba en los efectos de la transferencia y contratransferencia y la finalización de los análisis en la identificación a los ideales del analista. Cuestiones como los derroteros de la pulsión y las especies del objeto en la clínica, el valor de la interpretación como herramienta princeps de la lectura a la letra del deseo, el lugar del fantasma y el atravesar el plano del las identificaciones no eran cuestiones colocadas en primer lugar para el avance de la cura. Por cierto, las influencias filosóficas del positivismo y el empirismo, la lengua inglesa y la tradición pragmática filosófica hicieron que las corrientes cognitivo conductuales y de las ciencias del comportamiento tercien en las características de las terapias llamadas psicoanalíticas impregnándoles un tufillo psicologista que las alejaba de la raigambre del descubrimiento freudiano.
Respecto a Buenos Aires, el psicoanálisis en mi experiencia y comparándola con mi estadía en los lugares mencionados más arriba, ha llegado a desarrollar una clínica sumamente rigurosa, tal vez mayor que en otras ciudades. Ese despliegue opera atravesando la frontera de las neurosis y permite abordar a las neurosis narcisistas, a las enfermedades psicosomáticas, a las psicosis, al autismo, a las llamadas patologías del acto y al abanico de las diversas franjas etarias. La formación del analista que asienta en el trípode comprendido por la lectura de los textos tanto de Freud y de Lacan, el análisis personal y las supervisiones más la propia escritura de las viñetas clínicas y sus dificultades, promueven un saber hacer que da vuelo a una inventiva analítica con intervenciones que conmueven del modo más propiciatorio la estasis de los goces parasitarios y ofrecen otros horizontes al sujeto. Mientras que en la clínica el avance del psicoanálisis ha sido intenso y prestigioso, a mi gusto sería muy interesante propiciar un diálogo más fructífero, para el mutuo enriquecimiento, con otras áreas de la cultura , el arte, la ciencia, la literatura, el cine.

En los últimos años la sociedad cambió mucho con la aparición de nuevas tecnologías y formas de comunicación, ¿cómo pensás que se viven estos cambios desde el psicoanálisis?
El psicoanálisis basa su operar en relación a tres registros que aportan una lógica para pensar al sujeto en la experiencia del análisis. Son lo imaginario, sede de identificaciones y del armado del cuerpo, lo simbólico, campo del lenguaje y donde florece la hipótesis del inconsciente, argamasa de sus formaciones: síntomas, sueños, lapsus y lo real que hace a lo más inabordable de los objetos que residen en el carozo de la estructuración subjetiva tejiendo sus fantasmas, sostén de los deseos. Operando en esos campos y con esas tres cuerdas, el analista dirige la cura. Por eso los instrumentos y nuevas tecnologías que se pongan en juego no son el eje de la cura. Lo importante es que no obstaculicen lo que me gusta llamar la situación analítica, sede de la regla fundamental que comanda la escena. Diga, lo escucho.
En este sentido, ¿pensás que las formas de los duelos mutaron de veinte años atrás a ahora, y si fuera así, las intervenciones del analista mutaron?, ¿deberían?
Sin duda en los últimos 20 años ha mutado considerablemente la relación del sujeto con aquello que está en el origen y en el fin de su existencia. Es decir con el sexo y la muerte. La sociedad de consumo, la sociedad del espectáculo, la sociedad que se muestra en las redes rechaza todo aquello que le recuerda su finitud, el fracaso de la inmortalidad y por lo tanto el tiempo dedicado a los rituales de duelo tan caros a la posibilidad de simbolizar y elaborar la pérdida se han reducido considerablemente.
El duelo es una experiencia absolutamente singular por lo cual residirá en el saber hacer del analista que el duelo además de ser la posibilidad para elaborar la pérdida, opere como función de duelo. Es decir que opere como una oportunidad para el sujeto de reinscribir la falta que motoriza nuevamente el deseo. Así la libido vuelve al yo y la reinscripción de falta instituyente retorna la capacidad de amar para el sujeto. Varios de estos desarrollos están en mi libro Los tiempos del duelo.
¿Y respecto a la importancia de los movimientos feministas, ves cambios en la teoría o en la práctica psicoanalítica?
Lo que veo que ha cambiado de un modo importante es la lectura que desde el lugar de lo femenino se hace del psicoanálisis. Algunas corrientes feministas lo acusaban de falocentrista y patriarcal. Creo que remitía a una lectura sesgada del psicoanálisis. Tal es así que recientemente me solicitaron que efectúe el comentario para la contratapa de un interesante libro editado en USA en lengua inglesa y que se llama Repensando la relación entre la mujer y el psicoanálisis. Pérdida, duelo y lo femenino. Es interesante porque varios autores tratan estos temas y enfatizan que los últimos desarrollos de Lacan ubican un goce más allá del falo, llamado goce femenino o místico. Es el articulador para ese pasaje que va del dolor por la pérdida a un goce de la falta que enciende el deseo. Lo femenino por ser el significante de la falta por excelencia que, no sin el falo pero sí más allá de lo fálico, accede a un goce que toca lo sublime. Un goce con cierta función del escrito, del estilo, del arte, del goce estético. No es casual que para hablar de esto Lacan recurre a la magnífica obra de Bernini : El éxtasis de Santa Teresa.
En tanto directora del Posgrado del Centro Ameghino y vicepresidenta de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, ¿Qué desafíos percibís en la enseñanza y transmisión de quienes serán analistas mañana?
Es un gran desafío para nuestra generación la transmisión del psicoanálisis. La fórmula que me guía es “Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”. Estamos en una nueva era, con transformaciones de todo tipo. Los avances tecnológicos permiten acceder a opciones que algunos años atrás no se nos hubieran ni ocurrido, manipulación genética, nuevas parentalidades, encuentros virtuales de todo tipo en las redes sociales. Una tecnología que avanza a pasos agigantados.
Es importante atender los tiempos lógicos de la de formación del analista. Un trabajo de mi último libro se llama precisamente: “Discurso universitario, enseñanza, transmisión. Tiempos lógicos en la formación del analista”. Hay un tiempo de alienación al discurso psicoanalítico y otro en que la enseñanza se anuda con la experiencia del propio análisis del descubrimiento del inconsciente. Es, podríamos decir, una fase didáctica del análisis. La transmisión tal vez va a ser posible cuando el enseñante pueda hacer pasar su experiencia como analizante, el trípode que lo sostuvo y sostiene para su formación y del cual posiblemente destile una escritura.
Creo que la transmisión, la posibilidad de que el psicoanálisis se transmita radica en el armado de ese collage. Con lo anterior hacer algo nuevo, reinventar, preservando el carozo de la transmisión, ese vacío que hace a la mayéutica socrática que devino psicoanalítica, es decir, sostener la pregunta y la exploración del sujeto por sus deseos. En esto de la transmisión del psicoanálisis, lo que llamo función escuela, tiene bastante para hacer.
¿Te acordás de la primera vez que un paciente hizo diván?
Si, me acuerdo perfectamente, hace ya muchos años, prefiero no contarlos, pero recuerdo que me resultó una experiencia asombrosa por el giro de discurso que se originó una vez depuesta la mirada del cara a cara. Creo que el pase a diván puede variar de un caso a otro, pero que prácticamente en toda ocasión permite que en ese dire-vent (homónimo a diván) comience a volar el inconsciente, y el decir que allí se origine importe en lo real, no se lo lleva el viento.
Si no te hubieras dedicado al psicoanálisis, ¿de qué otro oficio podrías estar conversando hoy?
Me resulta muy difícil imaginarme en otro oficio, hay diversas actividades que me entusiasman pero difícilmente podría dedicarme como oficio a otra que el psicoanálisis. Deviene también de influencias procedentes de la saga familiar, ya que ambos de mis progenitores se dedicaron al arte de curar, agregándole a esto un interés especial mío por la lectura y la escritura. Ya desde niña me interesaba por ciertas cuestiones del sufrimiento humano y de los efectos de alivio a través de la palabra justa, como la que proviene de los fallidos del inconsciente, la que le alcanza una verdad al sujeto.
¿Alguna serie o película que nos puedas recomendar?
Me gustaron mucho El discurso del rey, Sueños de Kurosawa y El último retrato y recientemente Parásitos. También Match Point, a pesar de lo cuestionado de su director. ¿Series? Casi no miro. Black Mirror, algunos capítulos

Y por último, ¿nos dirías tu frase favorita de Lacan?
“Pues la fidelidad a la envoltura formal del síntoma, que es la verdadera huella clínica a la que tomábamos gusto, nos llevó a ese límite en que se invierte en efectos de creación”. De nuestros antecedentes. Escritos 1.